Colores, tendencias, temas, alternativas clásicas y modernas, la elección de cada elemento es indispensable en la decoración navideña para crear el ambiente ideal sin perder la esencia.
ARQUITECTURA
ARQUITECTURA
Desde la paz de su quinta en Ypacaraí, el arquitecto comparte detalles de su reciente libro Silvio Feliciángeli. Proyectos y obras, donde documenta 50 años de trabajo y su filosofía sobre la arquitectura paraguaya.
En el lanzamiento del libro, mencionaste que la arquitectura es concebida como un cobijo para el ser humano. ¿Cómo nace la idea de condensar tantos años de trabajo?
En realidad, el libro no es una síntesis de mi pensamiento arquitectónico. Seis de los casi 50 proyectos que están plasmados ahí expresan mi filosofía como arquitecto, que es muy simple: ahondar en la obviedad, ver cómo viven los paraguayos.
La cultura es la particular forma de ser y hacer de un pueblo, y esto está atravesado, por supuesto, por la naturaleza, el clima y un montón de factores que van creando una forma propia de hacer arquitectura en cada región del planeta.
En el lanzamiento, mencioné que nuestros antepasados biológicos, los primates, dormían en los árboles contemplando las estrellas y la Luna; más tarde, habitaron las cavernas, y con el paso del tiempo, salieron a las diversas regiones ecológicas del planeta, poblando los bosques, polos y desiertos, creando arquitecturas primigenias o primitivas, a partir de los elementos de cada lugar; en Paraguay, fundamentalmente con la madera y la tierra, para protegerse del sol, del calor. Entonces, esa postura inicial, ese cobijo, nace de las condiciones particulares de un sitio.
¿De qué manera tu filosofía de “ahondar en lo obviedad” conversó con nuestra cultura?
Simplemente de la observación, y de la particular forma de hacer del hombre paraguayo. Si recorrés los ranchitos, por los alrededores, todos están en la galería, en el centro de la culata jovái, bajo una enredadera, bajo los árboles o la sombra, donde hay viento y naturaleza. Y es que la arquitectura paraguaya es una arquitectura de exterioridades, no es centrípeta, como son las arquitecturas de clima frío.
La estructura espacial de la arquitectura paraguaya es centrífuga, se proyecta hacia afuera. No vas a ver nunca a una persona tomar tereré en una pieza oscura, pero sí bajo un árbol de mango. La observación de la forma de habitar, de ser, es lo que hay que tratar de sintetizar, arquitecturizar la naturaleza y la cultura.
Esta postura, más allá de la observación, ¿deviene de algún autor en particular?
Ninguno en particular, pero sí siempre le presté atención a los arquitectos que, desde mi punto de vista, elaboraban arquitectura tropical, que no eran muchos porque hasta los años 50 del siglo pasado todos los arquitectos sudamericanos nos mirábamos en un espejo que no era el nuestro, especialmente en el estilo euroamericano. A partir del año 50, en toda la región latinoamericana empezamos a cuestionarnos esto y a mirarnos en nuestro propio espejo. Ahí es donde nace el ejercicio de observar cómo se hace la arquitectura propia, la espontánea.
A día de hoy, ¿es posible conceptualizar la arquitectura paraguaya?
Sí. Hay nuevas generaciones de arquitectos que tienen conciencia de los elementos que conforman nuestra arquitectura, de la estructuración en base a los espacios intermedios (las galerías, las culata jovái, el corredor jeré, etc.). Todos estos elementos o esa espacialidad arquitectónica se va traduciendo con un lenguaje nuevo, contemporáneo. Pero la esencia es la misma, que es lo que importa.
¿Cómo fue el proceso del libro?
Fue muy particular porque en este libro también están mis primeros trabajos, los del primer curso de la facultad y los de mi título. De casualidad, en esa época, me gustaba la fotografía, entonces registraba todas mis obras. El libro condensa 50 años de elaboración, es toda mi historia profesional. Pero no pensaba que fuera un libro.
Acá en la casa, tengo una pieza que se llama El archivo muerto, donde están enrollados todos mis proyectos, los bocetos originales. Hace unos cinco años, alguien me sugirió digitalizarlos. Primero había que limpiar los planos que estaban llenos de polvo, separar aquello que servía de lo que no y luego, digitalizar. Dos arquitectas estuvieron trabajando durante dos años en ese proceso.
¿El libro revela diversas etapas de tu arquitectura?
Yo creo que no hay etapas, sino una sola intención, que traté de plasmar en la mayoría de las obras que me pidieron. Pero sí hay arquitecturas muy diversas en el libro, y alguna que quizás no tiene nada que ver con lo que estoy diciendo.
¿Todas representaron un desafío?
Todas. Si me pedían la casa para un perro la asumía de la misma manera que si fuese el palacio de un presidente. No hubo obra pequeña ni grande para mí, todas tenían el rigor de querer mostrar lo que yo veía: la arquitectura de Paraguay. Por ejemplo, el proyecto que figura en la tapa del libro, el Instituto de Reeducación Conductual, que está en Itá, es el que más respetó la arquitectura del contexto. En aquella oportunidad, fuimos con mis colaboradores a sacar croquis, anotar los elementos que veíamos ahí y proyectar en base a eso. Es lo que llamo arquitectura contextual, aquella que se identifica con el medio.
¿Se ha perdido lo artesanal del oficio con el avance de lo digital en la profesión?
Yo no llegué a proyectar con la computadora, soy de la vieja guardia. Pero en realidad, todo nace en la mente. La computadora es un instrumento maravilloso para lograr mejores proyectos, pero lo que se crea va de la mente a la mano, de la mano al lápiz y del lápiz al papel. Entonces, ahí sale lo que yo llamo el embrión. Generalmente, cuando me dan una obra (y esto siempre les repetí a mi hijas que son arquitectas), es el lugar el que proyecta, nosotros somos un instrumento de sensibilidad para captar la vocación natural del sitio.
Por ejemplo, cuando participé del concurso para el Banco Plus, ubicado sobre Mcal. López y Gral. Santos, iba a las tres de la madrugada o a las seis de la mañana a mirar qué pasaba ahí. Descubrí que ese lugar era un pináculo de la ciudad, por eso hice una torre, lo proyecté como un obelisco, como un hito. No tengo la experiencia de hacer los embriones con la computadora, pero creo que todo está en la mente.
¿Qué hace Silvio hoy? ¿Seguís involucrado en el diseño de obras o te interesa más teorizar y compartir conocimiento?
Mi presente como arquitecto es catar los vinos de la región sudamericana y dedicarme a determinar cuáles son las mejores cepas y los mejores sabores (ríe). Sí, di muchas charlas en el Colegio de Arquitectos y en la Asociación Paraguaya de Arquitectos, donde compartí mi filosofía. Esté o no equivocado, conservo mi pensamiento: arquitecturizar la naturaleza y la cultura de mi país. Eso es lo que deseo.
Además de constituir un registro, ¿creés que tu libro es también un aporte para las futuras generaciones?
Un aporte para que otros hagan lo mismo, registrar su obra, porque de esta manera vamos creando un hilo en el tiempo. No es solo un arquitecto o una generación, sino varias las generaciones de arquitectos las que deben ir creando una identidad arquitectónica. Lo mismo debe pasar en la moda, en el cine paraguayo, en la gastronomía, etc., en todo lo que conocemos como nuestras expresiones culturales.
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